The Docklands

The Docklands desde Poplar Station Londres

Óleo sobre tabla. 200 x 100 cm. 1998. 

Gonzalo de Linos

Después de pasar dos años en Menorca, tras la temporada de verano, nos fuimos a Londres con un poco de dinero ahorrado. Al poco tiempo encontré un trabajo de camarero en un restaurante de los Docklands.

Entraba a trabajar a las ocho y desde donde vivíamos, que estaba en el centro de Londres (Queensway), tardaba una hora en metro. Cuando el metro sale del centro también sale a la superficie, así fue como vi por primera vez el espectacular aspecto de esa zona de Londres. Un amanecer todavía de invierno a través de la ventanilla del vagón del metro.

A partir de ese momento me cambió el ánimo. El esfuerzo que estaba haciendo ya tenía una finalidad. Hasta entonces apenas había pintado poco, un cuadro pequeño desde la terraza del hotel (Garway road) y un nocturno al lado de donde vivíamos (Moscow road). De repente todo me pareció más fácil, cosa que viviendo en Londres fue una estúpida premonición.

Ya los preparativos se volvieron complicados. Apenas tenía dinero para pagar el alquiler, los materiales resultaban caros y también tuve que comprar algunas herramientas. Tuve que conformarme con comprar paspartú en lugar de tablero contrachapado que es lo que había usado hasta entonces. Con todo eso me fui en metro a montar mi nuevo cuadro de dos metros!.

Mientras se secaban las capas de pintura de preparación me planteé el siguiente problema: donde iba a guardar el cuadro. Una vez que estuve observando el sitio había visto la posibilidad de dejarlo dentro de la estación, pero la presencia de un revisor me hacía dudar. Mientras pensaba en la idea de pedirle permiso imaginaba la serie de excusas que me podía dar para denegármelo. Estaba casi seguro que me lo iba a denegar ya que estés donde estés ese tipo de gente son siempre iguales: todo cambio en su rutina diaria es una complicación y por lo tanto un problema.

Busqué algún lugar cubierto que me pudiese servir. La estación era exterior, donde el andén estaba elevado sobre la calle. Desde el andén bajaban unas escaleras hasta la acera y debajo de las escaleras quedaba un espacio casi perfecto. Entre los escalones y las vigas metálicas quedaba el hueco justo para el cuadro, el único inconveniente era que de escalón a escalón había un espacio por donde caería el agua en caso de lluvia.

Dejando ahí el cuadro fui en busca de algo para taparlo y en unas obras encontré unos plásticos. Los metí por debajo de la escalera y los sujeté con unos palos para que no tocasen la capa de pintura del cuadro. Solo me quedaba encadenarlo a la viga por si acaso, pero eso tuvo que esperar a la semana siguiente pues ya no me quedaba ni un céntimo hasta que cobrase.

 Los primeros días iba a pintar después de trabajar pues para encajar, dibujar y manchar no es necesario ninguna luz determinada, pero a los pocos días me tuve que acostumbrar a madrugar y pintar antes de entrar al restaurante. Eso suponía despertarme a las cuatro y media para estar pintando a las seis.

A esa hora la gente está bastante dormida y aunque sorprendidos al verme montar dos caballetes y atar semejante bastidor a la barandilla casi nadie me decía nada. A medida que pasaban los días si que venían a ver mis progresos e incluso empecé a reconocer a alguien. El primer contacto con los revisores fue agradable, pensé que me darían problemas (como más tarde pasó) pero al verme durante varios días y ver que aquello se empezaba a parecer a algo, un par de ellos comenzaron a saludarme.

Irremediablemente en Londres la lluvia hizo acto de presencia y mi sistema de protección para el cuadro desveló imperfecciones: goteras. Aun tapándolas como pude el cuadro se mojó y la mala calidad del soporte se hizo manifiesta, el paspartú se empezó a despegar de los listones por las esquinas. Los volví a pegar y lo dejé con los gatos puestos para mayor seguridad. La sorpresa fue que al volver al día siguiente los gatos habían desaparecido, al menos habían esperado a que se secara la cola, pero ya no estaba muy seguro de mi escondite y la fragilidad del diminuto candado me preocupaba.

Para entonces el cuadro estaba bastante avanzado y diariamente lo veía mucha gente, los de la estación y los que pasaban todas las mañanas en el metro. Yo me ponía en el papel de alguien que se estuviese pensando en decorar su casa gratis y me imaginaba su duda en decidir que día llevármelo o dejar que lo acabase un poco más.

Algo pasó que precipitó los acontecimientos, apareció por fin la figura del funcionario frustrado de la vida que me dijo que ahí no podía estar, un revisor relativamente joven y muy inglés que me empezó a hablar de permisos y no sé que más historias mientras el tren le esperaba lleno de gente. Como llevaba tiempo allí y no le había visto antes me imaginé que tendría turno alterno y no le volvería a ver en una temporada, así que no le hice ni caso. Pero a los dos días volvió a aparecer y le tuve que contar que había pedido permiso y me habían dicho que no problem, a lo cual me dijo que lo comprobaría.

Sin otro remedio intenté hacerlo legal y busqué a quien pedir permiso lo cual no fue fácil, al final conseguí hablar con alguien que me dijo que iba a hablar con otro y que ya me llamaría. Volvió a llover así que tardé en volver a encontrarme al mismo sujeto todavía unos días, los justos para acabar lo más aprisa posible pero finalmente apareció. Le conté con quien había hablado y que estaba esperando respuesta pero no le convenció y me amenazó con requisarme el cuadro si me volvía a ver. Así que me lo tenía que llevar.

Lo malo era el como. Le pregunté a un compañero de trabajo que sabía que tenía coche pero cuando me enseñó su deportivo de plástico negro comprendí que no iba a ser fácil. Descartando cruzarme la ciudad andando y alquilar una furgoneta mi única opción era el metro. Consulté a una pareja de revisores y me contestaron que los domingos por la noche podía hacer lo que quisiera menos matar a alguien.

Con el cuadro ya en casa pude retocar el cielo desde nuestro pequeño patio con la ayuda de algunas fotos. También me acerqué de vez en cuando para resolver algunas dudas.

Cuando miro el cuadro de los Docklands se me vienen a la memoria todas las movidas que tuve que pasar solo por el hecho de querer pintar un cuadro.